La psicóloga Gemma Prats, con quien me ha puesto en contacto mi amigo Jacinto, explica en una entrada de su blog titulada Els nens ja s’han fet grans http://gemmaprats.cat/els-nens-ja-shan-fet-grans/ como este verano ha estado en contacto con muchos padres de adolescentes, y que ha podido constatar como muchos de ellos les perdonan casi todo a sus hijos, y afirma que tal proceder no les ayuda a estos jóvenes a convertirse en personas responsables. Ella hace 20 años que decidió que no tendría hijos, y dice no arrepentirse de su decisión. Lo que más me ha impactado de su relato es la manera en que explica como esos mismos padres, a veces ante una única ofensa de alguna persona cercana a la que les unía un sólido vínculo forjado a través de los años, rompen la relación que tanto costó construir, y no perdonan.
Como padre de hijo adolescente no me cuesta empatizar con esa descripción. ¿Los padres tenemos dos varas de medir? ¿Una para nuestros hijos y otra para las demás personas? Y si es así: ¿Es la que se refiere a nuestros hijos excesivamente flexible? mientras que la que se refiere a los demás, ¿excesivamente rígida? Pues en mi caso he de reconocer que sí, y que Gemma Prats tiene toda la razón del mundo. De hecho hace algún tiempo que trabajo para, (qué difícil expresarlo adecuadamente) añadirle firmeza a la vara parental y quitarle rigidez a la vara de las otras personas, por seguir con el símil de las varas de medir.
El motivo por el cual ese defecto en nuestras varas de medir está ahí es más difícil de discernir, seguramente. Pudiera ser que la sangre tuviera mucho que ver. Es notorio en nuestra historia que el hijo de Felipe II conspiró contra su padre, y que éste personalmente se encargó de detenerle, encarcelarle y dejarlo morir de hambre. Este ejemplo contravendría lo que hasta aquí venimos diciendo, además de ser muy poco latino, por aquello de que por estas latitudes al que es de la tribu, y ya no sólo al hijo, se le perdona todo. No obstante, nos podría ayudar a entender en parte el proceder de Felipe II el hecho de que su padre, (Carlos V) fuera alemán.
También pudiera ser que en las maneras inadecuadas de nuestros hijos no fuéramos capaces de reconocer nuestros desaciertos como padres, pues alguna responsabilidad debemos tener en esas maneras inadecuadas. Y pudiera ser que ese no reconocer nos llevara a perdonar primero y a olvidar después. O sea, que pudiera ser que nosotros mismos no hayamos sabido enseñarles las buenas maneras a nuestros hijos, sea por una insuficiente dedicación a ellos, porque ni nosotros mismos las hemos adquirido, o por lo que sea.
Pero también puede ser que en el intento de educar a nuestros hijos, nos acabemos educando poco a poco a nosotros mismos como resultado colateral. Quiero pensar que algo así me acabará pasando a mí algún día con mi hijo, y que cuando él vuele me dejará de herencia esa educación. ¿Quién sabe?, si algo así acabara sucediendo estaría muy justificada la manga ancha para perdonar. Entonces, una vez bien educados, nos sería más fácil prescindir de las varas de medir, y escuchar, y por tanto reconocer realmente a los demás.
Jose Fernández, psicòleg a Igualada i Manresa