Formación del carácter: la oportunidad de ser mejor

Formación del carácter

La novela El viejo y el mar de Hemingway es una historia de formación del carácter. En ella se establece una relación entre el pescador y su presa que los hace enemigos por naturaleza. El autor nos muestra una lucha en la cual solo puede haber un vencedor. Y sin embargo, Hemingway nos logra transmitir cómo esa lucha sin cuartel hace más fuertes a los dos, pescador y pez, al obligarlos a agudizar su ingenio para no ser derrotados por el otro. Al final, la entidad de nuestros enemigos dice mucho respecto de la nuestra, de manera que hay que prestarles mucha atención y ofrecerles reconocimiento. De ese modo la línea entre un enemigo y un amigo puede verse desdibujada

Esto ocurre cuando mi enemigo me hace mejor a mí, y yo mejor a mi enemigo. Quizás no es lo más habitual, puesto que lo más probable es que un enemigo despierte lo peor en mí y me acabe haciendo más mezquino. Pero esa es mi elección.  Así, la oportunidad de que una enemistad nos haga mejores, y contribuya a la formación del carácter, está ahí. En realidad, cualquier relación nos puede hacer mejor persona. El caso paradigmático de ello sería la amistad. Parece evidente que una amistad saca lo mejor de nosotros. Nos entregamos a nuestros amigos, dándoles aquello que sabemos que les hará bien. Y en ese conocimiento de saber está la verdadera esencia de la amistad. Se dice que los amigos están cuando los necesitas, y los demás cuando a ellos les va bien. Saber cuando nos necesita un amigo, aunque no diga nada, es quizás el producto más valioso de esa amistad. Porque saber va más allá de lo aparente. Cuando, pongamos por caso, alguien cercano sufre la pérdida de un ser querido, todo su entorno se vuelca en darle apoyo. Todos a la vez, cual rebaño amaestrado para estar allá donde toca estar. Pasado un tiempo ese apoyo se va desvaneciendo porque ya ha pasado un tiempo prudencial, porque ya se ha cumplido, o porque parece que el afectado remonta el vuelo. Y sin embargo, pasado ese tiempo prudencial es cuando la persona puede estar más tocada, a pesar de todas las apariencias. Y cuando el rebaño ha desaparecido es cuando el amigo permanece, porque el amigo sabe. Y también porque el amigo está no solamente porque sienta que ese es su deber, sino porque extrae gran placer haciéndolo. O sea, porque le apetece estar a su lado. Y que alguien quiera estar a tu lado porque le gusta hacerlo, sin más, y sin menos, es lo mejor que te pueden dar los demás. Recuerdo en cierta ocasión como un lunes monótono y gris en el que yo estaba de bajón por algún motivo, un amigo me propuso que almorzáramos juntos.   Después de la comida me fui como nuevo de vuelta al trabajo. Interiormente estaba muy agradecido. Y antes de mostrarlo exteriormente, mi amigo se me adelantó diciéndome que le había alegrado el día. Esas palabras resonaron en mí con potencia durante un tiempo, y todavía no las he olvidado.

Y aun así, la amistad puede hacernos peores. Cuando ello ocurre utilizamos la amistad como un seguro para salvarnos. Acudimos al amigo cuando necesitamos algo, y lo descuidamos cuando no. De esa forma, incluso alguien no muy sagaz podría cuestionar si esa relación es genuinamente de amistad. Porque en sí misma la palabra podría ser candidata al premio a la más pervertida, en caso de que ese premio existiera. “Tengo muchos amigos” dice el empresario que quiere significar que tiene contactos; “lo nuestro lo veo como una amistad” le dice quien no quiere ahondar en la relación con otra persona, o “somos amigos” dice el miembro de la pareja que ha perdido el deseo por el otro. Así, cada uno de nosotros se ve en la tesitura de elegir a qué acepción de la palabra va a honrar. Y de nuevo, que una amistad me haga mejor o peor, al igual que sucedía ante una enemistad, es mi elección. Tener muchos amigos no necesariamente contribuye a la formación del carácter.

Lo que no parece una elección es que para ser mejor necesito al otro. Es el otro quien me da la oportunidad de ser mejor. El uso que haga de tal oportunidad dependerá de mi elección. Así, el envejecer es obligatorio. La formación del carácter es opcional.

Jose Fernández, psicòleg a Igualada i Manresa