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Nadie salva a nadie…

El pasado viernes, Consuelo Casula, en su preciosa ponencia sobre Resiliencia, Mindfulness y Hipnosis, con la que nos regaló el oído en la jornada de Actualización en Hipnosis Clínica que organizó el Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña, lo dejó claro. Nadie salva a nadie, pero hay mucha gente que busca que la salven. Y nos explicó Consuelo cómo una cliente suya, divorciada en condiciones difíciles, después de haber sufrido maltrato psicológico por parte de su marido,  y en pleno duelo por esa circunstancia, contactó mediante Facebook con un amigo de la escuela primaria. Éste había sido medio novio suyo, y despertó el contacto emociones dormidas en ambos. Tan intensas fueron esas emociones, que la cliente de Consuelo dejó el norte de Italia para ir al encuentro de su amigo del colegio en el sur. En la visita con ella previa a su partida, le decía que en el sur estaba la persona que por fin la sabría comprender, y la ayudaría a salir de la situación donde estaba. Consuelo en esos momentos intuyó que la aventura iría mal, pero no quiso decirle nada porque cada uno debe vivir su propia vida, porque la propia Consuelo podía equivocarse y porque los terapeutas no estamos para salvar a nadie.

 

Efectivamente, unos meses después la cliente de Consuelo volvió aún peor de lo que había partido. El antiguo amigo era un rufián que no hizo más que ignorarla o vejarla, tras los primeros días de idilio aparente. Entonces Consuelo no dijo aquello tan odiado por todos los hijos cuando se lo dicen sus padres: “ya te lo dije” Y no se lo dijo, en primer lugar, porque en realidad Consuelo nunca se lo había dicho. Pero lo que ahora sí le podía decir, pues la cliente estaba madura para el mensaje, es que, si tras algunos traspiés en la vida, buscas la solución en alguien que te ayude y te comprenda, probablemente volverás a tropezar. En cambio, si eres capaz de decirte, “Voy al sur a respirar nuevos aires, y a no permitir que nadie me vuelva a hacer lo que ya me han hecho varías veces” entonces, si eres capaz de decirte, y decir a los demás eso, entonces sí que hay una probabilidad seria de que salgas airosa del trance, y obtengas la ayuda que buscas. Y el motivo principal es que no buscas esa ayuda en otra parte, en otra persona, sino que en realidad estás centrando la atención en lo que TÚ debes hacer para que eso ocurra, en vez de centrarla en lo que tiene que hacer otra persona, a la que se le atribuye el papel de salvador.

Pero nadie se salva solo

 Cuando eres capaz de decirte, y decir a los demás: “voy al sur a cambiar de aires, y a no permitir que nadie me vuelva a hacer lo que ya me han hecho varias veces” entonces encuentras a la persona con la que te salvas, que es esa a la que no le permites que te haga lo que te han hecho otras previamente.  Y encuentras a esa persona no porque hayas ido al sur, pues yendo al norte, o al oeste, o al este, o más sencillo aún, quedándote donde ya estabas, la hubieras encontrado igual.  La encuentras simplemente porque has aprendido a actuar de otra manera, y porque empiezas a tener una idea clara de que es actuando de otra manera como la encontrarás. Y es en ese encuentro, en el que aprendes a hacer las cosas de otra manera, donde  te salvas.

 

Algo así le dijo Consuelo a su cliente cuando ésta volvió del sur. Y continuó diciéndole que es precisamente cuando topamos con el otro, y no antes, que la oportunidad para cambiar se presenta, aunque es a nosotros a quienes toca decidir si aprovechamos la oportunidad o no. Pero en cualquier caso, la oportunidad, y por tanto la posibilidad de salvación, sólo se presenta ante el otro, y en consecuencia éste es el sentido en que ella dijo que nadie se salva solo. Y porque, además, cuando no dejas que alguien te trate mal, le estás haciendo un favor a esa persona, ayudándola a ser más humana, y por consiguiente a salvarse contigo.

Y así Consuelo acabó su ponencia. Entre muchas más historias de resiliencia, mindfulness e hipnosis, nos mostró el precipicio en el que con tanta facilidad se desploma tanto quien quiere que lo salven como el que quiere salvarse solo. No despeñarse por el precipicio, o sea, la auténtica salvación, requiere la capacidad de aprender que ninguna de esas opciones es realmente viable.