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Se requieren personas autónomas para las relaciones auténticas

Las relaciones familiares son complicadas. Cuando nacemos nuestros padres lo son todo para nosotros. Ellos son los que se encargan del 100% de las decisiones que tienen que ver con nuestro bienestar. Somos dependientes de ellos. Y esa dependencia durará mucho tiempo, aun asumiendo que el proceso se lleve a cabo con total normalidad. De hecho, la especie humana es la que tiene las crías cuya autonomía llega más tarde.   Así, cuando somos niños el reto fundamental es adquirir autonomía, y poder posteriormente encarar la propia vida con algunas garantías. No menos reto constituye para los padres fomentar y facilitar esa autonomía de los hijos, ya que muchas veces tan dependientes son los hijos de los padres como los padres de los hijos. La culminación con éxito de ese periplo supone precisamente encontrar un camino genuinamente propio, y para que ello ocurra el hijo debe matar al padre, si se nos permite esta terminología del psicoanálisis.  Y el padre debe ser capaz de resucitar y volver a entablar una relación con su hijo en el nuevo escenario, que ya no será nunca más jerárquico como lo había sido hasta ese momento.

En este devenir hacia la adquisición de autonomía se producirán muchas crisis y fricciones entre padres e hijos. Estas crisis tienen que ver con los estira y aflojas que son esperables en cualquier proceso de desarrollo. Son etapas de vulnerabilidad donde la frustración estará presente con toda seguridad, pues todo aprendizaje tiene mucho de ensayo y error. También existirán peligros externos, personas u organizaciones que tratarán de sacar partido de estas vulnerabilidades.   Recientemente fui testimonio de la narración de un episodio por parte de Belén que lo ejemplifica.

Carlos, el hijo de Belén, fue captado por una familia que funcionaba como una secta, y que le proporcionó aparentemente un camino menos frustrante que el ineludible para todos hacia la autonomía. Tenía 17 años cuando conoció a una chica, aún estaba en el instituto. Y esa chica lo encandiló. Pero la chica tenía a toda una familia detrás, y esa familia presumiblemente profesaba una religión, una ideología, para servir a la cual captaron a Carlos. La familia de su novia lo indujo a cortar todos los vínculos con su familia biológica. ¿Por qué? Probablemente porque la familia es aquella institución que está destinada a darnos raíces y por lo tanto solidez, y así es el enemigo número uno para aquel que pretenda aniquilar nuestra autonomía. Cuando esta es incipiente, es sencillo para el líder sectario sacar partido sugestionando al joven para que perciba a su familia biológica como un impedimento en su camino de crecimiento. De hecho esa es una sensación común que la mayoría de los jóvenes tenemos en la adolescencia acerca de nuestros padres. Para Belén la vida se paró en    setiembre de 2012, cuando su hijo desapareció sin dejar más rastro que una nota escrita en la que suplicaba a su familia que no intentaran contactar con él, que a partir de ese momento emprendía un viaje que debía hacer sólo. Durante 7 años no supieron nada de él. A partir de ese momento, en el hogar de Belén ya no se celebró ningún cumpleaños, ninguna navidad. Cuando un miembro de la familia muere, la vida se torna extremadamente fea y gris, y la desesperación puede instalarse en un hogar si tenía toda una vida por delante. Cuando alguien desaparece de la noche a la mañana como Carlos, la angustia y el vacío lo envuelven todo. Esa angustia movilizó a los padres y a la hermana de Carlos. No escatimaron en recursos, económicos y personales. Consultaron con los expertos más reputados en relaciones abusivas sectarias, especialistas en guiar a las familias en el proceso de salida de un joven captado por una secta, también llamados Exit Counsellers. Contactaron además con varios investigadores privados que pudieran dar con su paradero. Recuperar a su ser querido, que había sido arrancado del hogar con falsas promesas, se convirtió en la prioridad absoluta.  

Tras años de incertidumbre, descubrieron por fin donde vivía. El siguiente paso fue la aproximación. Los Exit Counsellers aconsejaron a la familia que propiciaran un encuentro en un lugar alejado de su casa porque de otro modo se sentiría muy amenazado. El exterior de la estación de metro que utilizaba cada día podría ser un lugar neutral. Los expertos también les dijeron que no fueran al encuentro los dos padres, y que además quien lo hiciera fuera acompañado de alguien muy cercano a Carlos de su misma generación. Finalmente decidieron que serían la madre y Sandra, su amiga de la infancia, con la que durante tantos años había compartido el trayecto a pie a la escuela, pues ambos iban a la misma clase y eran vecinos, los que se aproximarían a Carlos.

Se apostaron en la salida de la parada del metro cercana a su domicilio. Estaba nublado y el aire era templado, como lo suelen ser en Barcelona las tardes de abril.   Hacia más de 7 años que no lo veían y ni siquiera sabían si aparecería. Cuando ya llevaban más de tres horas esperando lo divisaron en el fondo de la escalera que daba acceso a la calle.  A Belén le temblaron las piernas, y por un momento pensó que no podrían sostener su peso. La idea de echar a correr pasó fugazmente por su mente. Entretanto Carlos ascendía los peldaños. Unos instantes de incertidumbre invadieron la mente de Belén, suficientes para que toda una vida pasara por delante de su mirada, pero insuficientes ya para huir. Carlos había dejado las escaleras atrás y el encuentro era irremediable.

−Hola

Él la miró y se quedó petrificado. Tras un instante reparó también en la presencia de Sandra. Encontrarse a su madre y a su antaño amiga del alma era lo último que esperaba, y no estaba preparado para ello. Su cara carecía de toda expresión emocional, sus ojos no parpadeaban, y miraban fijamente a su madre. Los segundos iban transcurriendo, y a ambos les parecieron una eternidad. Finalmente habló Carlos, con una voz fría

−¿Qué estás haciendo aquí? Vete inmediatamente.

−Sólo quiero verte y hablar contigo

−Pues yo no, vete

−Por favor, hace siete años que no te vemos−y las lágrimas empezaron a asomarse a sus ojos

−Vete, no te lo quiero decir más−dijo Carlos con un tono de voz aun más elevado y más frío, como si las lágrimas de su madre no hicieran más que endurecerle a él.

Y así transcurrió el diálogo, que más bien parecía combate, durante una hora, él diciendo a su madre que se fuera, y ella insistiéndole para hablar con él, con muchas ganas de abrazarlo, pero reprimiéndose ante la nula predisposición de él. Cuando Belén me lo explicaba hacía hincapié en que aunque su hijo no dejaba de insistirle en que se fuera, no tomaba tampoco la determinación de marcharse él. Carlos intercalaba las miradas de acero hacia su madre con otras dirigidas hacia el suelo, donde parecía buscar el sosiego que los ojos de su madre le arrebataban. Respecto a su amiga, no se había atrevido a mirarle ni una vez a los ojos. Es como si estos fueran aún más perturbadores que los de su madre. Los Exit counsellers habían puesto énfasis en que en ese encuentro la madre no forzara al hijo. Si él no quería hablar con ella, no debía insistir. Esto era muy importante porque de lo contrario la animadversión del hijo podría crecer. Belén, que era consciente de que estaba tirando mucho de la cuerda, y con esas advertencias muy presentes, tomó una determinación. No se iría. Si el ánimo le había flaqueado al inicio del encuentro, ahora había extraído fuerzas no sabía muy bien de dónde.  

En el fondo de su ser sintió que era ahora o nunca. Si hoy no era capaz de reblandecer el corazón de su hijo, ya no lo conseguiría jamás.  Había seguido todas las indicaciones de los expertos al pie de la letra, pero no había nadie en este mundo ni en el otro más experta que ella en su hijo, nadie lo conocía como ella, así que decidió no hacer caso esta vez a los Exit counsellers.  Y persistió. Durante media hora más continuó el toma y daca, sin que ninguna de las dos partes moviera un ápice su posición. Carlos suplicándole a su madre que se fuera. Ella insistiéndole en que hablaran. Él sin moverse. Ella tampoco.  Hasta que ocurrió algo. Fue cuando su amiga Sandra intervino haciéndole la siguiente pregunta

−¿Has visto esta semana a Puigdemont en el Polònia?

Entonces Carlos, que no había podido evitar esta vez mirar a su amiga, sorprendido porque por primera vez le dirigía la palabra, empezó a reír. La voz jovial de Sandra, esa que durante tantos años había sido cómplice de tantas intimidades, desarboló su coraza al instante, la cual tanto esfuerzo parecía costarle sostener.  Pero en cuanto Carlos fue consciente de este desliz, rápidamente la volvió a erigir, y haciendo acopió de todo el aplomo que pudo reunir, una vez más le dijo a su madre, ahora con un grito ahogado.

−¿qué tengo que hacer para que me dejéis en paz y desaparezcáis de mi vida?

−Sólo tomarte un café con esta señora que envejecerá sin verte ya más. Después te dejaré marchar para siempre.

Tardó unos segundos en responder, pero cuando lo hizo de nuevo la coraza había desaparecido y su voz era auténtica, reconocible, y no la impostada con la que se lo habían encontrado esa tarde, y que no le habían conocido nunca antes.

−De acuerdo

Después fueron al café de la esquina y se sentaron durante más de dos horas a charlar. Se intercambiaron teléfonos y desde entonces se ven de vez en cuando. Carlos ha podido, además, reencontrarse con su padre y su hermana.

Escucho el relato de Belén mientras desayunamos en el Tapaç 24 de l’Eixample, y algo vibra en el aire que vehicula sus palabras. Después, cuando nos despedimos y yo le doy los últimos sorbos a un te ya tibio, me doy cuenta de que Belén también mató al padre. A pesar de que siguió todos los consejos que los terapeutas le dieron para recuperar la relación con su hijo, llegó un momento en que fue más allá, llegando incluso a contravenir lo que le habían indicado. Seguramente esa es la mejor manera en que puede acabar cualquier relación entre un padre y un hijo, entre un profesor y un alumno, entre un terapeuta y un paciente. Seguramente esa es la manera que ha propiciado que esta vez en casa de Belén, después de 7 años, se vuelva a celebrar la navidad.