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Los psicólogos realizamos reuniones periódicas entre colegas que sirven para compartir inquietudes y dudas respecto a nuestros clientes, a las que llamamos Grupo de Supervisión, y que se realizan salvaguardando la confidencialidad de los aludidos, por supuesto. En la última reunión del Grupo de Supervisión del que formo parte salió el tema de qué profundidad debe tener la terapia psicológica. Alguna integrante compartió su inquietud por creer que no aportaba lo suficiente a la mejora de las personas que le pedían consulta, y que su contribución al bien estar de sus pacientes era superficial. El de la profundidad del cambio es un tema recurrente, que los diversos modelos de psicoterapia abordan de manera diferente, hasta llegar a poderse afirmar que es la seña de identidad fundamental de cada uno de ellos.

Simplificando mucho, los modelos que provienen del psicoanálisis buscan un nivel profundo de cambio, pues asumen que eliminar solo síntomas, como puede ser la ansiedad o el bajo estado de ánimo, es un parche que no aborda la problemática fundamental detrás de tales síntomas. Son terapias estas largas, pueden durar varios años, con visitas de frecuencia semanal y que exigen un nivel de compromiso elevado por parte de los que se someten a ellas, pues requieren una elevada inversión tanto en tiempo como en dinero.  

Por otro lado, las terapias más de tradición cognitivo-conductual buscan eliminar síntomas, y no se preocupan tanto por estimular un cambio profundo en la persona. Su idea es centrarse en el aquí y ahora, con la asunción de que cuando el cliente solucione el problema que le trae a consulta podrá seguir adelante con su vida de la manera que él considere, que normalmente es como lo había estado haciendo hasta que sobrevino el síntoma, sin más, y que los pacientes  expresan con la expresión que a veces suena a letanía “quiero volver a ser como antes” Son estas, terapias que duran un año, como mucho, y que no exigen una inversión en tiempo y dinero tan elevadas como las anteriores, pues las visitas semanales suelen prolongarse por un periodo no superior a los tres meses, espaciándose después un poco más.

Pero llegados a este punto es esencial preguntarse por los motivos que llevan a la gente a pedir cita con un psicólogo. Estos pueden ser múltiples, y este tema es merecedor de un artículo por sí mismo, que me emplazo a abordar próximamente. Baste decir por ahora que en todos los casos hay un sufrimiento por parte de la persona, que en la mayoría de ocasiones es consecuencia de algún tipo de pérdida.

En la vida unas veces se gana, y no he visto aún a alguien que haya pedido consulta a un psicólogo como consecuencia de haber ganado, y otras veces se pierde. Pero aún cuando se pierde, se gana una lección o aprendizaje, si todo va bien. Cuando después de una pérdida aprendemos la lección, la vida nos enseña, y podemos seguir adelante después del bache. Pero hay veces en que la pérdida es tan dolorosa que interfiere con nuestra capacidad de aprendizaje, y entonces entramos en un bucle que se retroalimenta a sí mismo, causándonos más dolor, e interfiriendo más en nuestra capacidad de aprendizaje en cada nuevo giro del mismo. Y como que el bucle en esas circunstancias adquiere vida propia, centrifugándonos a nosotros cada vez con más fuerza hacia su interior, llega un momento en que perdemos la capacidad para salir de él por nuestros propios medios, ya que hemos perdido la capacidad de aprender de lo que nos está pasando.  Todos hemos experimentado el estar en medio de tales bucles. Muchas veces es nuestro entorno el que nos rescata, nuestra familia, nuestros amigos. La vida que nos hemos forjado a lo largo del tiempo, y que hemos ido construyendo como hormiguitas, es la que nos sostiene en esas ocasiones en las que parece desaparecer el suelo bajo nuestros pies y le vemos las orejas al lobo de la enfermedad mental.  Pero hay veces en las que el entorno o nuestra vida de hormiguita no nos pueden rescatar, quizás porque el uno y la otra han sido arrasados por la fuerza destructora del remolino que nos está atrapando a nosotros también. Eso es lo que pasa cuando estamos sumidos en el bucle de manera crónica, como pasa en los trastornos de personalidad…o en determinadas circunstancias vitales de mucho estrés…o en determinadas situaciones en las que volvemos a tropezar una y otra vez con la misma piedra, por muchos años que pasen.   En esas circunstancias no es válido el refrán de que unas veces se pierde, y otras se aprende. Esa es la situación paradigmática para acudir a terapia, la cual tendrá como objetivo no enseñar nada, sino ayudar al cliente a restablecer su capacidad de aprender el mismo lo antes posible. Esta consideración es importante a la hora de determinar qué profundidad debe tener la terapia

Porque según mi opinión la que nos debe enseñar es la vida, y no la terapia, es importante que ésta dure lo menos posible, que sea lo menos profunda posible. O dicho de otra manera, que dure lo estrictamente necesario para restablecer la vigencia en la vida de la persona del aforismo de que unas veces se gana y otras veces se aprende.  

Jose Fernández Aguado, Psicólogo en Igualada