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Historia 1

−Mejor que no nos veamos más. No quiero que te hagas ilusiones−me dijo Jenny

Y yo me despedí con una sonrisa forzada, sintiéndome muy a la altura por no haber pataleado o llorado como un niño.

Nos habíamos conocido por internet, y necesité 6 meses para darme cuenta de que el problema no era mi ilusión, si no que ella no quería verme. Esto parece muy obvio, pero yo realmente me llegué a creer que el hecho de haberme enamorado era el obstáculo. Cuando me di cuenta de que no, el dolor fue sustituido por rabia, por el sentimiento de estafa de quien descubre que le han dado gato por liebre.

Al cabo de otros 6 meses empecé a contemplar la posibilidad de que ella no me quisiera estafar, y de que realmente hubiera sido sincera. Es decir, que verdaderamente lo que le llevó a cortar nuestras citas es que no quería que me hiciera ilusiones. De hecho, no era la primera vez que una mujer aludía a mi ilusión como razón para cortar. Internet es horrible porque esas palabras son suficientes para sacar a alguien de tu vida de forma absoluta, pues la única red que sustenta la relación es la virtual, la world wide web, y no cualquier otra que nos lleva a toparnos con el otro en la panadería, el ascensor del trabajo, o el gimnasio de la esquina. Pero por eso mismo internet seguramente es también atractivo, por ser un medio totalmente aséptico de conocer gente. Si me interesa me lo quedo, si no lo desecho sin más.

Pero entre los primeros 6 meses y los segundos, me tuve que encontrar con Estefanía. Gracias a ella se transformó mi forma de ver las cosas. Gracias a ella vi que Jenny no me quería estafar. Y la causa fue su respuesta a esa misma situación, pero ahora con los papeles cambiados. Nos conocimos una tarde de semana santa, la invité a un trozo de mona, y a partir de ahí todo fue cuesta abajo. Tan cuesta abajo que yo me espanté de la velocidad que estaba tomando.  Entonces le dije.

− Veo que te estás ilusionando mucho, y te quiero advertir de que yo no estoy enamorado.

Ella se pinchó como un globo.  La consecuencia es que yo retome un poco de aire, al poner las cosas en su sitio, y al sentir que estaba siendo honesto con ella, y sobre todo conmigo mismo.  Al menos es como lo interpreté yo: ¡qué pánfilo!

Por suerte Estefanía se volvió a rehacer, no le llevó mucho rato, y me dijo:

−¿Y quién te ha dicho que yo lo estoy de ti? Enamorada quiero decir ¿Quién te crees que eres para juzgar el grado en que yo debo o no debo ilusionarme con lo que me dé la gana?, ¿Y eso a ti que te importa? Si llega un momento en que no quieres verme, en que no quieres compartir tu tiempo con el mío, tu dinero con el mío y tu piel con la mía, me lo dices y ya está, pero no mezcles en tú deseo, o falta de él, mi ilusión.

Entonces dio un portazo y desapareció de mi vida. No recuerdo si me llegó a llamar imbécil, habría sido muy acertado. Se llevó todo lo que había traído, pero me dejo una gran lección.

Historia 2

−Yo no me he metido en tu relación para no dañarla− Le dijo Marta a Luis, y se refería al estrecho vínculo laboral que su marido mantenía con su amiga Mónica. Ambos Habían fundado la empresa de Catering de la que eran los principales socios. Pero a la par que la empresa prosperaba, La sintonía entre las dos amigas se desmoronaba. El motivo era el distanciamiento de Mónica, que por momentos parecía franca hostilidad, respecto a Marta. Esta estaba desconcertada, pero se inhibía de preguntarle a su amiga qué le pasaba. Entonces no hacía más que insistirle a Luís.

−¿Y qué tengo yo que ver con lo que os pasa a Mónica y a ti?, si tú tienes un problema con ella, soluciónalo−contestó él

−Pero no quiero perjudicar a la empresa si me meto por medio

−Nuestra empresa es lo suficientemente fuerte como para poder soportar los vaivenes de vuestra amistad. Eso es lo que yo creo.

−¿Estás seguro?

−Claro. Además, son dos temas diferentes. Uno es vuestra amistad y otro nuestra empresa, aunque los dos impliquen a las mismas tres personas.

−Entonces, ¿crees que puedo provocar más daño con mi silencio, que preguntándole a Mónica qué le pasa?

−Sí, ¿hablarás con Mónica?

−Puede ser…

Conclusión

Lo que las dos historias tienen en común es la confusión de sus protagonistas entre dónde acaban ellos  y dónde empiezan los demás, la confusión entre sus sentimientos y los que le atribuyen a los demás. Y esa confusión nos está hablando de falta de autoconocimiento. Creo que esta falta de autoconocimiento es causante de buena parte de los trastornos emocionales que padecemos, y sin duda de múltiples conflictos interpersonales, pues nos lleva a poner la responsabilidad de padecimientos que son nuestros sobre los demás, a los que responsabilizamos de los mismos. Así, en la primera historia responsabilizamos de nuestras decisiones al daño que nos imaginamos que podemos estar haciéndole al otro. Eso es una falacia, pues obedecen a nuestros temores y nada más que a ellos. En la segunda historia pasa más de lo mismo. Es el temor propio el que le impide hablar a Marta, pero confunde ese temor propio con el temor a hacerle daño a la relación de su marido con su amiga. Toma el uno por el otro.