Ansiedad de realización: La competitividad mal entendida

Recientemente me han hecho un par de consultas que pienso radiografían un fenómeno emergente, y que todavía no me había planteado como tema de debate. Se trata de los efectos de la sociedad competitiva en la que vivimos sobre los niños y adolescentes, y de cómo les afecta en sus actividades deportivas extraescolares.

Aunque nos encontramos en la consulta con niños y adolescentes que sufren mucha ansiedad en las aulas por conseguir buenas notas, hacer todos los deberes bien, etc, desde hace ya unos años, hasta el punto de cuestionarnos si éste es un problema nuevo, en el mundo del deporte esta problemática para mí es reciente, o al menos el grado de afectación, o la temprana edad a la que les afecta.

Consultas que reflejan la problemática

La primera de estas consultas me la hizo un padre que sufría ataques de ansiedad durante los partidos de fútbol de su hijo. La tensión en éstos era tan alta y el grado de hostilidad entre los padres de los equipos que se enfrentaban tal, que la incapacidad de gestionar esta tensión derivó en ataques de angustia que se repetían en cada partido.

Aunque el deporte debería ser sinónimo de diversión y salud, la realidad es que a menudo la presión y la competitividad imposibilitan disfrutarlo.

También me he encontrado con padres que la noche previa a la competición de sus hijos no pueden dormir. Alguien puede decir que si en el encabezamiento del artículo hablaba de la ansiedad de los niños y adolescentes y lo ejemplífico hablando de la de los padres, entonces no estoy ejemplificando bien. Pero es que los hijos no son setas cuyas emociones surjan por generación espontánea.

La segunda consulta fue de los padres de un chico de 12 años que decían que a su hijo le afectaban mucho las cosas. Una de esas cosas eran sus fallos en los partidos de fútbol del equipo de su pueblo, en el que jugaba. Sin embargo, cuando el equipo perdía, pese a estar triste, lo afrontaba mejor que sus compañeros, ya que éstos se ponían a llorar. Y eso frente a cualquier partido de su liga escolar, no de ninguna final.

La contradicción entre lo que decimos y lo que hacemos

Todos estos padres e hijos (sobre todo los padres) dicen que el resultado es lo de menos y que lo que realmente importa es pasárselo bien, que lo que realmente quieren de sus hijos es que disfruten haciendo una actividad saludable como el deporte, que les aleje de otros caminos más peligrosos.

En realidad, la palabra deporte significa etimológicamente distracción y diversión, y nada más lejos de estos jóvenes en los que la angustia imposibilita tanto la una como la otra.

Entonces ¿qué está pasando?

Pues que creo que una cosa es lo que decimos y otra lo que hacemos, y que en la contradicción entre ambas radica el problema de muchas de los males de la sociedad, y de muchas dolencias del alma, y ​​entre ellas la de la imposibilidad de disfrutar del deporte tal y como su etimología nos invita a realizar.

La tendencia pedagógica y sus consecuencias

Hay una tendencia pedagógica a desincentivar la competitividad, y fruto de la misma se organizan carreras “no competitivas”, la Cursa Popular d’Igualada, que ha cambiado su formato en los últimos años y donde ya no se hacen clasificaciones, es un ejemplo.

La tendencia a desincentivar la competitividad en el ámbito pedagógico puede tener consecuencias contrarias a las esperadas, alimentando la percepción de que la derrota es una tragedia.

En los partidos de fútbol los entrenadores están obligados a poner a jugar a todo el mundo un determinado número de minutos, para que los jugadores más hábiles no dejen en el banquillo todo el partido a los que lo son menos. Se da prioridad a la participación de todos frente a ganar o perder. Pero aún así, cuando se pierde la intolerancia a la derrota es mayor que nunca.

Esta tendencia pedagógica traspasa el mundo del deporte, y así las evaluaciones académicas ya no se hacen con números, que resultan supuestamente crueles, sino con etiquetas que pretenden ser tan neutras que se llega a dudar de que estén evaluando algo.

La contraproductividad de la desincentivación de la competición

Pero lejos de funcionar, esa tendencia pedagógica llega incluso a ser contraproducente. Los resultados saltan a la vista. Y lo es porque cuando se pone mucho esfuerzo en evitar la competitividad o la competición, evidentemente se está trasladando bajo mano el mensaje de que la competición es negativa o peligrosa.

Se está sugestionando (subgestión: lo que se lleva por debajo) precisamente ese mensaje. También se está trasladando el mensaje de que la derrota es negativa, hasta el punto de que acaba convirtiéndose en una tragedia.

De hecho, la palabra derrota es casi tabú para los delfines de esta tendencia pedagógica, tendencia imperante en el mundo de la psicología positiva y del empoderamiento sin límites de los gurús de la autoestima.

La desconexión con la realidad humana

Y así la distancia entre lo que dicen los padres de los niños que lloran desconsoladamente cuando pierden un partido, que es una calcomanía del discurso pedagógico imperante, que es a su vez una calcomanía del discurso políticamente correcto imperante, y lo que por otro lado hacen esos padres, cada vez es mayor.

Y lo que hacen es en realidad lo más natural del mundo, y lo único que como seres humanos pueden hacer. A todos los humanos les gusta ganar y a todos los humanos les disgusta perder.

Cuando el discurso políticamente correcto nos aleja de esta realidad humana, nos impide aprender tanto a perder como a ganar, dos situaciones demasiado humanas.

Como el discurso de lo políticamente correcto nos aleja de esta realidad humana, es decir, nos deshumaniza, ese discurso nos impide aprender tanto a perder como a ganar, dos situaciones demasiado humanas.

Y cuando menos sabemos perder y ganar, más tiramos de discurso. En estas condiciones la competitividad sí sería negativa de la misma forma que el dicho “si no quieres polvo no vayas a la era” expresa que para ir a la era debes estar preparado para lo que te encontrarás allí, no porque ir a la era sea intrínsecamente malo.

Jose Fernández, psicòleg a Igualada i Manresa