Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Antonio Machado
El pasado miércoles en el Grupo de Apoyo y Ayuda Mutua que facilito en un municipio del Vallès Occidental, Olga nos explicaba que había superado cantidad de dificultades emocionales mediante hablarse mucho a sí misma. En concreto se trataba de una mujer inmigrante que llegó hace tres años al pequeño pueblo en el que nos encontrábamos, y a la que le costó mucho establecer vínculos con la gente de allí. Entonces se enfadaba o se sentía frustrada. Pero dice que aprendió a decirse a sí misma cosas que la reconfortaran en estas situaciones. Y llegó un día en que estas cosas, además, surtieron efecto, y empezó a sentirse mejor. Probablemente ocurrió así porque lo que se decía habría podido salir de los labios de su mejor amiga: palabras tiernas para hacer frente a una situación dura, en vez de endurecerla más con las propias palabras, como solemos hacer si no hemos aprendido a hablarnos bien. Así, Olga se decía que todo el mundo tiene su trabajo y obligaciones, y si no tienen tiempo para detenerse a hablar con ella cuando se cruzan por la calle, quedarse para tomar un café o contestarle los whatsapps, es porque… (y aquí se decía cualquier cosa que no tuviera que ver con denigrarse a sí misma o a los demás). Esta participante ha aprendido a dirigirse palabras de reconocimiento cuando, a pesar de sus esfuerzos por encontrar trabajo, no lo consigue. Porque es precisamente en estos momentos cuando necesitamos el reconocimiento, cuando las cosas no salen como esperábamos. Y es en estas situaciones en las que nos ayuda de verdad. Y aunque este reconocimiento puede venir de fuera, de los demás, no es seguro que encontremos a la persona en el momento en que lo necesitamos para que nos lo proporcione. Mientras que si hemos aprendido a hablarnos a nosotros mismos con respeto y cuidado, siempre podremos darnos el reconocimiento en el momento oportuno.
Pero es necesario aprender a hablarnos a nosotros mismos. Padres y adultos nos proporcionan un modelo para hacerlo cuando somos pequeños. Dependiendo de cómo nos hablen ellos, dependiendo de las cosas que nos digan, aprenderemos a hacerlo nosotros de una forma u otra. Así, si nos hablan con ternura, aprenderemos a hacerlo nosotros de la misma forma, si nos hablan con hostilidad, aprenderemos a dirigirnos a nosotros mismos de forma hostil. Nunca se hará suficiente énfasis en el impacto de las palabras que los padres dirigen a sus hijos tienen sobre estos.
Olga también nos explicaba que hablarse mucho a sí misma es una consecuencia de la gran cantidad de tiempo que pasa sola. Está previsto que la soledad sea el mayor problema social de las sociedades occidentales durante el próximo siglo. La soledad hace estragos sobre la salud de las personas. Pero la soledad es un concepto resbaladizo, porque podemos encontrarnos rodeados de gente y sentirnos solos, de la misma manera que podemos estar solos y sentirnos perfectamente acompañados. ¿De quién? Puede objetarse en este último caso. Pues de uno/a mismo/a. Todo tiene que ver con la capacidad de nuestra voz interior para cuidar de nosotros, de acompañarnos, de decirnos lo que nos hará bien.
Es necesario educar, pues, nuestra voz interior. Si no tuvimos los mejores modelos cuando fuimos niños, tendremos más trabajo, sin duda, pero el premio de hacerlo vale la pena. El premio será sentirnos más acompañados, incluso cuando estamos solos. Y pocas cosas tienen más valor que la buena compañía, provenga de donde provenga. Olga, al hablarnos de cómo se habla a sí misma, nos lo mostró con sus palabras.
Jose Fernández, psicòleg a Igualada i Manresa