Psicología y formación

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«Those who dare to fail miserably can achieve greatly”

John F.Kennedy

Hoy escuchaba en la radio a David Trueba hablar de la novela que ha publicado recientemente y que tiene varios temas subyacentes. Uno de ellos es el de la naturaleza, y el de las lecciones que nos enseña, hasta el punto de ser la respuesta a muchas situaciones de crisis personal. Quiere esto decir que cuando nos encontramos ante una situación que nos bloquea mientras convivimos con nuestros congéneres, escaparnos a la naturaleza nos da respuestas, o mejor dicho la fortaleza para que las podamos hallar nosotros mismos. El ejemplo nos lo proporcionan diversos personajes históricos que se han retirado del mundanal ruido para poder reencontrarse con ellos mismos. La naturaleza es un modelo de integridad y harmonía.

La generación actual de jóvenes vive de espaldas a la naturaleza, y a lo que esta enseña.

Uno de los problemas que mencionaba Trueba con la generación actual de jóvenes es que viven de espaldas a la naturaleza, y a lo que esta enseña. ¿De qué cosas estamos hablando? Una fundamental es la de que todo precisa su tiempo. El melocotonero no dará su fruto antes de que sea el momento de hacerlo, por mucho que lo queramos forzar. Si plantamos una semilla de tomate, no podremos comer tomates hasta unos meses después, y eso si cuidamos a la planta, lo que significa regarla y librarla de las malas hierbas.  Así, las cualidades de la paciencia y de la laboriosidad se cultivan, nunca mejor dicho, mediante la tarea de labrar y cuidar un huerto. No hay atajos ni dinero en el mundo que pueda comprar una cosecha de tomates antes del verano, invernaderos aparte; no hay manera de tener fruto si no cuidamos durante el tiempo necesario la planta que nos los dará, durante el cual deberemos persistir sin obtener nada a cambio. Estas son cualidades de las que nuestros niños y adolescentes no van sobrados, y ello simplemente porque la educación que les damos los adultos no las estimulan. Ni que decir tiene que es una educación lejos de la naturaleza.

La naturaleza nos muestra como todo es un proceso

Pero también los adultos tenemos mucho que aprender de la naturaleza. Esta nos muestra como todo es un proceso, y como tal tiene partes diferenciadas, que pueden ser contrapuestas, pero que se complementan la una a la otra con una excelencia adquirida a lo largo de millones de años de práctica, de movimiento.  La exuberancia de la primavera, donde las plantas se abren al mundo y se muestran en todo su esplendor, contrasta con el recogimiento y el ensimismamiento que experimentan en invierno. La transición de un estado a otro es fluida, a pesar de ser aparentemente tan diferentes.  ¿Están esas plantas más vivas en verano que en invierno? Esta es una pregunta estúpida desde el punto de vista natural, que responde a la dualidad en la que las sociedades encasillamos primero, para juzgar la bondad o no de esas casillas después. Con sociedades me refiero a lo que no es natural, sino cultural, convencional o construido por el hombre. En este mundo de lo construido por el hombre las transiciones de un estado a otro son dolorosas, difíciles, y hasta políticamente incorrectas. Por ello pueden ser hasta boicoteadas y abortadas.

El movimiento crea inestabilidad, y la inestabilidad es amenazante

El movimiento crea inestabilidad, y la inestabilidad es amenazante. Es así como lo monolítico triunfa. Pero ese triunfo se asienta sobre lo que se niega, que es todo lo que no pertenece a la parcela estrecha del monolito. Y se niega mediante el cuestionamiento de su legitimidad, valor o autenticidad. El mantener la misma opinión a los 20 que a los 40 años es visto como síntoma de solidez. Cambiarla sería una traición a los defensores del monolito. Evidentemente en la sociedad tenemos un problema con lo diferente, nos incomoda, y cuando la incomodidad llega a ser extrema, lo cual ocurre invariablemente cuando no hay asimilación mutua, tratamos de aniquilarlo. No tenemos otra manera de afirmarnos.

La palabra cultura viene de cultivo

¿O sí la tenemos? La palabra cultura viene de cultivo.  Cuando la cultura no le da la espalda a lo natural, como su etimología le sugiere, el combinado es bello porque entonces entran en juego dos embellecedores fundamentales: La integridad y la harmonía. Desde el punto de vista natural la pregunta de si están más vivas las plantas en verano o en invierno es una falacia porque tanto en una estación como en la otra lo que hacen es parte de un todo. Es solo atendiendo al todo como las partes adquieren sentido. Es atendiendo al todo cuando las partes dejan de ser contrarias, y se transforman en complementarias, en partes integrantes de un todo harmónico. La integridad se la dan a las partes su encaje harmónico en el todo. La integridad se la dan a las personas el encaje harmónico de lo que hicieron ayer, hacen hoy y harán mañana en su casa y en el trabajo, con sus allegados y con los menos allegados, con los jóvenes y con los mayores, cuando llueve y cuando hace sol.    

Es atendiendo al todo cuando aprehendemos la falacia de la pregunta de si las plantas están más vivas en verano que en invierno. La naturaleza nos enseña dialéctica mejor que Hegel. La integridad y la harmonía son maneras de afirmarse ante lo diferente alternativas a su aniquilación.

Cuando, por el contrario, se idolatra lo instantáneo y se entroniza el momento, o cambiando la dimensión temporal por la espacial se idolatra lo local y se entroniza el aquí, entonces la cultura le da la espalda a la naturaleza, y desnaturalizándose pierde el contacto con el todo, tomando a una de sus partes como tal. El conflicto está servido. No hay más que poner la radio o la TV para comprobarlo.