Mis ganas de ganar no llegan a tanto: Conceptos sobre sugestión, hipnosis y manipulación

Escaleras

A una niña de 8 años aquejada de dolor de cuello que le impedía tragar cualquier tipo de alimento, le pedí que me dejará su buff y que me ayudará, mediante un ritual, a convertirlo en un buff mágico, que soluciona todo lo que toca. Así lo hicimos y después se lo volvió a poner. El problema quedó solucionado al instante. Esto parece muy fantasioso, muy infantil. Los adultos somos más racionales. ¿O no?

André Agassi, en el Roland Garros de 1999, tras haberse divorciado de Brooke Shields hacía sólo unos meses, en un estado de ánimo por consiguiente lamentable, y con muchos problemas físicos de hombro, se dio cuenta de que en el partido de primera ronda del torneo se había dejado los calzoncillos. Él era muy meticuloso, y no se imaginaba cómo podía jugar sin calzoncillos. Por aquel entonces ya llevaba 13 años como profesional, y había ganado todos los torneos del Grand Slam, excepto Roland Garros, que se le resistía. Había perdido tres finales en París, y ese era un escenario maldito para él. Su entrenador le ofreció dejarle sus calzoncillos. Pero Agassi le respondió que sus ganas de ganar no llegaban a tanto. Pues bien: ganó el partido. Cuando una cosa funciona, no la cambias, dijo después, y ya no se puso calzoncillos en todo el torneo: Lo ganó. Ya no se los puso más a lo largo de toda su vida tenística.

Si yo os pregunto: ¿es por el hecho de no llevar calzoncillos que Agassi ganó Roland Garros en 1999? Evidentemente todos responderemos que no. Pero quien haya hecho deporte en serio sabe que en los momentos de las finales la tensión es alta, y que detalles estúpidos pueden marcar la diferencia. Detalles estúpidos que tienen que ver con tener la actitud adecuada. Y en ese sentido todos los amuletos y rituales pueden decantar la balanza. Agassi ganó Roland Garros fundamentalmente por toda la cantidad de trabajo que había hecho, por las horas y horas de entrenamiento. Y claro, ¿porque no? por creer que jugar sin calzoncillos le traería suerte. La hipnosis es como esos calzoncillos. Tiene que ver con creer, con la fe. La fe no es suficiente para ganar Roland Garros, o para conseguir cualquier cosa que creamos que merece la pena en nuestra vida. De hecho, por sí misma es muy poca cosa. Pero es necesaria para conseguir todo lo que requiere un esfuerzo y no es fácil, y si no la tenemos, no conseguiremos nada.

Y aquí está presente un elemento que tiene que ver con la manipulación. Necesito fe, convicción, esperanza. Esos son elementos que sólo yo puedo tener. De hecho, no necesito a nadie para tenerlos, y por mucho que me digan, sólo soy yo el que puede creer, (que por ejemplo jugando sin calzoncillos me irá mejor). No obstante, eso en lo que creo puede estar sujeto a manipulación. Pongamos por caso que me hacen creer que para conseguir alguna cosa valiosa para mí, necesito primero algo que no poseo, y que para poseer debo comprar. Este es el núcleo básico del consumismo: venderme algo que hará mi vida mejor. También pueden hacerme creer, o creérmelo yo solito, que necesito a alguna persona (media naranja) para yo estar bien, o que no me las arreglaré sólo en alguna cuestión. Todas estas creencias fomentan la dependencia.

En la hipnosis, para que sea honesta, es importante incidir en que lo importante es creer, no en lo que se cree. Cuando damos más importancia a lo que creemos que al hecho de creer, abrimos la puerta a la manipulación, como siempre que fomentamos una creencia falsa. Abrimos la puerta a la manipulación porque cambiamos el énfasis desde el yo, que soy el que cree, al otro o a lo otro, en quien creo o en lo que creo. Por los mismos motivos, le abrimos la puerta a la dependencia de ese otro o de eso otro si llego a creer que los necesito para conseguir algo, de manera que cuando no disponga de ello me veré disminuido hasta el punto de fracasar en mi misión.

Si lo importante es creer, y no en lo que se cree, soy yo el que tiene la sartén por el mango, pues la capacidad de creer es enteramente mía.

Si lo importante es en quien se cree, o en lo que se cree, yo pierdo protagonismo y lo gana ese alguien: (algún gurú, o líder de cualquier tipo, por ejemplo) o ese algo (alguna doctrina o ideología política, o terapéutica, por ejemplo)

Pongamos por caso las Flores de Bach. Si yo creo que para que funcionen lo importante es que yo me crea que funcionaran, estamos hablando de una cosa. Si yo creo que para que funcionen lo importante es su composición, estamos hablando de otra. En el primer caso lo importante es mi actitud, en definitiva, lo importante soy yo. En el segundo, lo importante son las Flores de Bach en sí mismas, y de lo que están hechas. En el primer caso, en definitiva, se fomenta la responsabilidad personal, mientras que en el segundo la dependencia de mi bienestar de algo exterior a mí. En la realidad ambos tipos de creencias siempre acostumbran a estar mezcladas, y es probablemente una cuestión de énfasis. Es decir, cuando me las tomo, creo que las flores de Bach me harán bien, y además lo creo por su composición.

Hasta tal punto son importantes las expectativas que tengo ante un medicamento para explicar su efecto, que cuando éstas se eliminan, por ejemplo, ocultándole al paciente que se le ha administrado, su efecto disminuye considerablemente. Es lo que ocurre con la administración de un producto nada sospechoso de ser placebo: La morfina, en pacientes aquejados de dolor agudo, tal y como ha sido demostrado en varios estudios. Cuando la morfina se les administra a estos pacientes sin ellos ser conscientes, su efecto en la reducción del dolor es significativamente menor.

Jose Fernández, psicòleg a Igualada i Manresa