Cada día nos enteramos de nuevas noticias que nos escandalizan. Me refiero a asuntos de la actualidad política y económica que tienen que ver con casos de corrupción. El estado de ánimo general cada vez es más resignado, y corremos el riesgo de caer en la desesperanza: ese sitio en el cual empezamos a dudar de que tenga sentido luchar e intentar cambiar alguna cosa, pues empezamos a perder la esperanza de que las cosas puedan cambiar, y de que nosotros podamos contribuir a que cambien. Entonces nos sentimos desconectados de esa realidad que nos vemos impotentes para cambiar, y precisamente porque nos sentimos impotentes para cambiarla, nos sentimos desconectados de ella, hasta llegar a un punto en que somos nosotros los que nos desenchufamos. Caer en la desesperanza tiene consecuencias para nuestro sistema nervioso, pues empezamos a segregar hormonas antiinflamatorias en exceso que nos llevan a una situación de mantener a nuestro organismo en estado de alarma, dañándolo.
Pero antes de llegar a esa situación de daño corporal, la mente ya ha puesto en marcha otros mecanismos de defensa para luchar contra la falta de sentido. Porque es la falta de sentido lo que a la mente le chirría y le hace daño. Pongo un ejemplo. Si a una persona le enseñaron que la responsabilidad en el trabajo y hacer bien las cosas es la manera adecuada de actuar, y la que le permitirá adaptarse mejor a su puesto, estar satisfecho y que los compañeros y superiores lo estén con él, como digo, si a una persona le enseñaron eso, pero después ve en su trabajo que al peor trabajador, pero que sabe hacer la “pelota”, le va mucho mejor, entonces las cosas dejarán de tener sentido para él en el trabajo. Y es en esa situación cuando la mente, para defenderse, puede reaccionar de diversas maneras, más o menos saludables. Una típica, que puede ser saludable a corto, pero probablemente no a largo plazo, ya que no se puede estar siempre a la defensiva, es mirar hacia otro sitio. De hecho, el mirar hacia otra parte es una de las especialidades de la mente, para la cual está especialmente dotada. Tan dotada está que con poquita práctica le resulta muy sencillo no ver algo que está delante sin ni siquiera tener que apartar la mirada. Y eso es así porque más que con los ojos de la cara, vemos con los ojos de la mente, es decir, que vemos lo que queremos ver, y lo que no queremos ver, pues no lo vemos. A este fenómeno técnicamente se le llama disociación, y es la base de muchas situaciones que nos encontramos cada día, desde el “mi hijo es muy inteligente, aunque le hayan quedado todas las asignaturas” hasta el “¿por qué?, ¿por qué?“ de Mourinho. Pero también la disociación, cuando no se usa como mecanismo de defensa, es la que le permite al lector desconectarse de su ambiente inmediato para zambullirse con los cinco sentidos en un buen libro, o la que le permite al pionero de cualquier campo dejar de ver lo que son las cosas y ver lo que pueden llegar a ser, actuando como si ya fueran así, y arrastrando a los demás que le siguen en su visión.
Así, la disociación no es en sí ni buena ni mala, sino que depende del uso que se haga de ella el que sea de una manera u otra. Lo que sí quiero resaltar es que tenemos una gran capacidad para disociarnos. Tanta es nuestra capacidad, que podemos vivir gran parte de nuestra vida disociados, y no sólo respecto del exterior, sino también, y eso es aún peor, de nosotros mismos. Porque lo peor de usar la disociación, cuando la usamos como arma de defensa para dejar de ver todo lo feo que ocurre en el exterior, es que pagamos el precio de dejarnos de ver también a nosotros mismos. Y así, a la vez que nos desconectamos del exterior, nos desconectamos de nosotros también. Y es entonces cuando, paradójicamente, somos más vulnerables. Y digo paradójicamente porque es una paradoja que sea precisamente la estrategia de defensa utilizada la que nos haga más débiles.
Hay muchas maneras de conectar, o reconectar, con uno mismo. Una forma fantástica nos la ofrece la meditación.
Y es que, ante los tiempos que corren, en los que la desesperanza nos puede hacer su presa, conviene estar muy en contacto con uno mismo, y no desconectarse de lo que es importante.
Jose Fernández, psicòleg a Igualada i Manresa